Existen muchos seres fantásticos, pero hoy hablaremos de uno de ellos, los duendes. Los duendes siempre están con nosotros; puede que detrás, puede que escondidos detrás de un mueble. Pero los duendes no nos espían porque sí, nos espían para aprender nuestras costumbres, nuestras tradiciones y nuestros sueños. Cada duende persigue a un niño. Los duendes duermen al final de los cajones donde están las gomas, los papeles y los lápices olvidados, y comen azúcar, una delicia para ellos. Los duendes son muy rápidos.
Esto le pasó hace mucho tiempo a un niño llamado Yustas. Él, como siempre, iba al colegio, pero notaba que le seguían. Todos los días miraba hacia atrás pero no había nadie. En el colegio había una sombra, pero al ir a ver, la sombra había desaparecido y no había nadie.
Un día, cuando volvió a casa, subió las escaleras hacia su cuarto, miró para abajo y vio una sombra en la cocina. Bajó rápidamente y la sombra se fue disparada. Buscó en todos los sitios de la cocina: debajo de la mesa y las sillas, y en la despensa, pero nada. Le quedaba un sitio por mirar, el frigorífico. Él pensaba que era una tontería, pero no le pasaba nada por mirar. Lo abrió y allí estaba un pequeño ser verde. ¡Era un duende! El duende se asustó y Yustas le preguntó si quería ser su amigo. El duende contestó que porqué no. Y así se hicieron amigos.
Yustas fue corriendo a decírselo a su madre, que no se lo creía hasta que se lo enseñó. La madre se quedó de piedra. Yustas le preguntó a su madre si el duende podía ser su hermano, y la madre le contestó que sí, porque Yustas no tenía ningún hermano.
Hasta que se enteraron los demás duendes, que hicieron una reunión y quedaron en que los humanos y los duendes podían convivir juntos. Sería una nueva era y así quedaron. Los duendes se hicieron amigos de los humanos y los duendes les enseñaron todo lo que sabían y lo que hacían.
Gabriel Caraballo Ruiz
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